Tikal es, probablemente, el yacimiento maya más especial. Al contrario de lo sucede en otros tan famosos como Chichén Itzá o Copán, en este lugar sagrado ubicado en El Petén hay que adentrarse en la selva y eso le da un carácter especial. La poda permite contemplar bien las plazas y los espectaculares templos, pero para ir de una construcción a otra hay que atravesar la frondosa vegetación tropical. Si a esto le añades los chillidos de las aves o el croar de las ranas mientras observas los enormes templos, tendrás como resultado uno de los lugares fundamentales durante tu recorrido por Guatemala.
Otro de los grandes yacimientos mayas de Guatemala es Yaxhá, que forma un sublime triángulo con los de Nakum y El Naranjo hasta crear un parque nacional con más de 37.000 hectáreas, pegado al de Tikal. Yaxhá es el más visitado de los tres porque tiene todo en su justa medida: gran cantidad de edificios en buen estado, dimensiones manejables para una excursión –se tarda aproximadamente dos horas en recorrer los grupos principales de ruinas-, un entorno espectacular y flora y fauna selváticas abundantes. ¿Alguien da más? En el Oriente guatemalteco, a apenas 50 kilómetros de Copán en línea recta, se encuentra la espléndida Quiriguá, famosa por sus espléndidamente talladas estelas. El yacimiento tiene un aire de parque, así que es bastante agradable de recorrer, aunque conviene llevar protección contra el calor y los mosquitos. Para proteger las estelas gigantes del desgaste, se han colocado tejados de paja que quizá te chafen un poco la foto, pero no reducen en lo más mínimo ni su belleza ni la impresión que te dará al verlas. Pero no sólo de yacimientos mayas vive el rico patrimonio guatemalteco. También hay numerosos monumentos de otras épocas repartidos por todo el país. Un excelente ejemplo es el castillo de San Felipe de Lara, una fortaleza levantada a tres kilómetros al oeste del gran puente del lago Izabal. Se levantó en 1652 para defender a los pueblos y caravanas comerciales de posibles asaltos de los piratas. Tuvo éxito durante algunos años, pero en 1686 unos bucaneros la quemaron, aunque sus gruesos muros resistieron como para convertirse, en el siglo siguiente, en prisión. Tras su abandono, en 1956 se reconstruyó y se convirtió en una de las grandes atracciones del lago Izabal.