Desde las calles más modernas de Nairobi y el ajetreo portuario de Mombasa a las sabanas de los parques nacionales, desde el pasado antes de la era colonial hasta los actuales acuerdos comerciales, Kenia se ha convertido en una tierra de contrastes que no ofrece una sola cara al viajero: hay muchos motivos para disfrutar de este gran país, con tiempo y espacio para la tradición y para proyectar el futuro.
Los masai, procedentes de Sudán como los kalefin; los turkan, de Uganda; los kikuyus y los akamba (que llegaron de norte y sur del continente, respectivamente)… Kenia es un crisol de cultura africana con una innegable huella colonial, sobre todo en sus núcleos urbanos. Unas y otras influencias marcan la historia de un país digno de conocer.
Toda la herencia cultural, todo el recorrido histórico, caracterizan a las costumbres kenianas, un país en el que se venera a la carne a la brasa y en el que el maíz, como en las latitudes andinas, tiene una gran importancia. Tierras en las que el respeto a la familia (la ‘ujamaa’) se convierte casi en religión, y donde sus cantos y danzas recorren, cada cual a su manera, el país de una punta a otra. Kenia deja huella.