Existen al menos cuatro elementos sin los cuales no podemos entender el pasado, el presente y el futuro de un país como Holanda. Nos referimos, por supuesto, al gran Vincent Van Gogh, a la cerveza -fundamentalmente la Heineken, producida en los Países Bajos desde hace décadas-, al queso y a los conflictos bélicos que asolaron Europa durante la primera mitad del Siglo XX y que tuvieron su escenario, en muchos casos, en territorio neerlandés.
Durante nuestro paso por este maravilloso país tendremos la oportunidad de conocer en profundidad estos cuatro elementos (¡y muchos más!) en una serie de museos dedicados especialmente a cada uno de ellos: el Museo Van Gogh de Ámsterdam, el Museo Heineken, el Museo del Queso y el Museo de Ana Frank. Este último no ilustra todos esos conflictos bélicos a los que nos referíamos antes, pero sí una parte esencial del más sangriento de ellos: el genocidio judío que se produjo en Europa durante la Segunda Guerra Mundial. Además, por supuesto, está el Rijksmuseum, considerado el mejor museo de toda Holanda y uno de los más importantes del mundo. Alberga alrededor de siete millones de obras de arte, y entre sus colecciones destacan los cuadros de pintores holandeses del Siglo de Oro, como Rembrandt o Vermeer.