Los sitios famosos y muy visitados se mezclan en Lisboa con otros menos conocidos pero igualmente llenos de encanto, dando lugar a una ciudad maravillosa en la que a cada paso encontramos una nueva y deslumbrante sorpresa.
Lisboa es una ciudad que “engancha”, una ciudad que, en cuanto se visita por primera vez, se está deseando volver. La capital portuguesa es sumamente agradable y acogedora, tanto para quien la visita, como para quien tiene que vivir o trabajar en ella. Una ciudad cosmopolita, lo suficientemente pequeña como para no sentirse desbordado por su tamaño, pero lo suficientemente grande como para no sentirse aislado y con la misma vida y servicios que cualquier otra capital europea. Lisboa es perfecta para conocerla en dos o tres días sin que sobre tiempo ni estar agobiados por la cantidad de lugares que visitar, una ciudad con buenos accesos y a pocas horas de distancia de cualquier capital europea. Su temperatura es envidiable durante todo el año, su marcha nocturna y su ambiente de ocio son de los mejores de Europa, hay playas de muy buena calidad a pocos kilómetros del centro y, en lo que se refiere a monumentos, Lisboa es simplemente impresionante. Quien visita Lisboa se pregunta qué tiene esta ciudad que la hace ser tan especial. Quizás sean sus hospitalarias gentes, su mezcla de modernidad y tradición o, tal vez, su excelente gastronomía. Aparte de su bacalao a bras, Lisboa es famosa por sus recetas dulces, entre las que se encuentran los deliciosos “Pastéis de Belem”, unos pastelillos de hojaldre y crema originarios del barrio de Belem, a orillas del río Tajo en su desembocadura en el Atlántico y que se pueden encontrar por toda Lisboa y Portugal. Actualmente, se elaboran en la “Fábrica de los pastéis de Belem” con una receta secreta que se guarda celosamente bajo llave y que se mantienen desde 1837.