Su esplendor empezó en el siglo XIV con una activación del comercio. Exportaba ropa, principalmente hecha de lana. La ciudad y sus habitantes crecían dentro de la muralla conocida como Flodden Wall, pero con la gente llegaron las plagas, las infecciones, enfermedades e incluso incendios. No fue hasta 1767 cuando comenzó la planificación de la ciudad nueva (New Town).

Hoy en día la capital de Escocia es una ciudad de gran esplendor y atractivo cuyo centro histórico deja sin aliento a los visitantes. En Old Town todavía se puede admirar el castillo (Castle Rock) construido por Malcolm III en el siglo XII sobre un promontorio volcánico y ubicado entre sus vertiginosos callejones de la época medieval. Edimburgo es también una ciudad de alma gótica con edificios de otra época, calles resbaladizas y lúgubres pasajes que evocan fácilmente el pasado. La principal carretera del centro se llama Royal Mile y precisamente tiene una milla de largo. A su alrededor discurrió la vida de sus habitantes durante siglos. Ahora no es menos pues en la arteria de esta ciudad hay una interesante sucesión de comercios, museos y pubs históricos. Hoy día se extiende con esplendor más allá de las murallas con casas de raíz georgiana, impecables jardines y una distribución mucho más racional. En el siglo XX se construyeron nuevos museos y los primeros centros comerciales. Y en 1999, el Parlamento Escocés, que curiosamente no se empezó a utilizar hasta 2004. Pero los visitantes no solo llegan atraídos por su historia. Edimburgo es famosa por su festival internacional de artes escénicas, que se celebra durante tres semanas cada verano desde que lo instituyera Rudolf Bing en 1947. Es un espectáculo de las artes con clara prevalencia de la música y el teatro. Se alza como una ciudad cosmopolita y gastronómica con numerosos puntos de interés. Además de los citados y entre otros muchos, podemos añadir el monumento de Calton Hill, la galería Nacional, el palacio de Holyrood y un largo etcétera.