Tanzania: Ascensión al Kilimanjaro: Ruta Marangu

Si alguna vez has ido de excursión a la montaña, puedes haber conocido a una de esas “cabras montesas”, personas capaces de llegar a la cima muy rápido y en plena forma. Quizás tú eres una de ellas. Pues bien: nada de eso sirve en el ascenso al monte Kilimanjaro, ni siquiera en la ruta Marangu, que es la más asequible y que no requiere destrezas ni entrenamientos especiales. Si estás decidido a subir, debes estar decidido a seguir los consejos del guía. Y el que más escucharás es: “pole, pole; slowly, slowly”. Osea, despacio, despacio. Estos guías no son como los que puedes encontrar en algunos monumentos, que saben de memoria su discurso y lo repiten sin emoción ni interés. Conocen cada metro, tienen una gran experiencia y saben lo que dicen. En una palabra: de ellos aprenderás la sabiduría y la técnica necesaria para alcanzar la meta.

¿Por qué el monte Kilimanjaro es tan especial? ¿Por qué lo visita gente de todo el mundo? No. ¿Por qué es una ascensión difícil y meritoria? No. Todo eso es verdad, pero lo que hace al Kilimanjaro tan distinto es que reúne en sí realidades que solo podrías experimentar viajando alrededor del Globo Terráqueo. ¿Quieres sentir el frío polar y escuchar el murmullo del bosque? ¿quieres subir a un volcán “dormido” y atravesar praderas? Aquí tienes todo eso y más en un espacio limitado. Una combinación única de zonas climáticas distintas. Conforme vas avanzando en tu ruta, la vegetación, las especies animales y el clima te van sorprendiendo. Imagínate experimentar el Polo Norte, un bosque frondoso y una selva tropical con unas pocas horas de diferencia. Entre los 1.880 y los 2.900 metros, aproximadamente, asciendes a través de un bosque situado en la ladera de la montaña. Después y hasta los 4.000 metros, páramos envueltos en niebla y salpicados de arbustos. Las especies vegetales que puedes encontrar son helchrysum (“everlasting”), lebelia y senecio. Este último es distinto a todo lo que hayas visto antes. Si fueras director de cine, lo pondrías de decorado en una “peli” de fantasía. Entre 4.000 y 5.000 metros, vegetación alpina: descubre qué tipo de plantas son capaces de sobrevivir en esas condiciones… La cumbre tiene temperaturas inferiores al punto de congelación y nieves perpetuas.

Cuando llegas al aeropuerto internacional de Kilimanjaro te das cuenta que muchos de los viajeros que ahí están tienen el mismo objetivo que tú, ascender el enigmático monte del Kilimanjaro. Cada año son unas 25.000 personas las que intentan llegar a la cima de esta montaña pero no todos lo consiguen ya que pueden sufrir el conocido mal de altura. La aclimatación a la gran altura es una de las preocupaciones de quienes van a afrontar el ascenso al monte Kilimanjaro.

Hay algunas medidas útiles para reducir al mínimo las probabilidades de padecer “mal de altura”. El primero y más eficaz es contar con tiempo suficiente de aclimatación. Es el motivo de que esta ruta dure ocho días. También es importante la hidratación (beber agua mineral o agua que haya sido potabilizada por tus guías) y la alimentación. Sin los nutrientes y las vitaminas básicas sería casi imposible concluir la travesía. Por eso, todos los expertos aconsejan seguir todas las comidas previstas en el plan. Algunos medicamentos como la acetazolamida y el ibuprofeno pueden prevenir o disminuir los síntomas de la altitud y falta de oxígeno. También es muy importante la compañía y el apoyo entre compañeros. Hay muchos testimonios de personas que no habrían podido completar su hazaña, de no ser por la paciencia, la comprensión y la labor de “coaching” ejercida por uno de los guías o colegas de escalada. Hay personas que deciden escalar el Kilimanjaro para despertar las conciencias en relación a alguna causa justa: recaudar dinero para curar una enfermedad o llamar la atención sobre algún desafío social, como la atención a personas con alguna discapacidad.

Hay algo prácticamente imposible: subir y bajar el Kilimanjaro y seguir siendo la “misma” persona. Hay algo en esa montaña que te lleva a una especie de transformación interior. Te pasará sobre todo cuando estés en la cumbre y todo te parezca pequeño y miserable comparado con esa grandeza.

Pero no subestimes al imponente monte, tocar el “techo de África” es un reto y una aventura que no todo el mundo consigue llegar. Necesitarás ilusión, coraje y ejercitar tu mente para recordarte a ti mismo que puedes conseguirlo. Si reúnes estos requisitos llegarás hasta allí y te preguntarás, ¿qué obstáculo demasiado elevado se te puede presentar en el futuro? Pero también a lo largo de la travesía será una búsqueda de tu interior importante y muy interesante, conociendo tus límites y hasta donde puedes llegar. Esos paisajes maravillosos y el silencio vivo de una naturaleza salvaje te dan que pensar. No cabe duda. Algunos aprovechan esa paz para desconectar de todo. Otros, para “reconectar” con lo que de verdad importa pero a todos esta experiencia se les queda en la memoria para siempre.

Lo más parecido que has visto en tu vida son los malabaristas de circo. O los gimnastas olímpicos, que se deslizan entre las paralelas. Los tanzanos que trabajan como porteadores tienen una destreza especial para la escalada.

Ellos son los protagonistas de tu ascenso a la cima del mundo africano. Sin ellos no podrías llegar a ninguna parte. Suben cargados. No se quejan del peso sino que lo llevan con toda naturalidad. Y cuando llega la noche, cantan juntos. Suena a unidad, a batalla animosa. Mientras que los turistas suelen subir al Kilimanjaro una sola vez en su vida, cada porteador sube varias veces al año. La edad legal para empezar a ser porteador es 18. En los últimos tiempos, algunas ONGs se han preocupado de sus condiciones de trabajo, de procurarles la ropa y el calzado adecuado, de asegurarse que nunca llevan un peso mayor de 20 kilos. Muchos porteadores sueñan con llegar a ser guías. Para eso necesitan mucha experiencia, que adquieren durante sus años como porteadores.

A primera vista, los glaciares del Kilimanjaro parecen grandes bloques de hielo, continuos y monótonos. Sin embargo, hay mucho más. Estos glaciares relucen como un espejo. Para algunos, reflejan la belleza de una naturaleza inmensa, fuerte e intocable; para otros, reflejan los efectos del cambio climático de la mano del hombre. Parece imposible que esas grandes capas de hielo subsistan bajo la fuerza de un sol ecuatorial intensamente fuerte, que casi te ciega. De hecho, es precisamente su color, blanco brillante, casi azul, lo que le hace tan resistente: su superficie refleja los rayos de sol, que rebotan en ella.