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Monasterio de Santa Catalina de Siena

La belleza del Monasterio de Santa Catalina es indiscutible. Sin embargo, es más difícil acordar un estilo arquitectónico definido en su construcción, seguramente porque los maestros de obras daban el trabajo a albañiles sin estilo propio que iban levantando muros, tejados o celdas de planteamiento sencillo. A ello hay que sumar las obras de remozado que seguían a los terremotos sufridos por la ciudad.

A pesar de todo esto, el Convento es encantador por su solidez y la plasticidad de los volúmenes. A día de hoy se conservan la planta y las características originales, algo que puede comprobarse en todas sus dependencias. La cocina, por ejemplo, nos traslada varios siglos atrás. Como que entonces, en el siglo XVIII, funcionaba con carbón y leña, las paredes están aún ennegrecidas. Los utensilios son de la época. El sillar es la piedra básica en esta construcción. Sillar blanco o sillar rojo. De sillar blanco está hecha la portada del monasterio, de un blanco sobrio que contrasta con el colorido de las dependencias interiores. El claustro de los Naranjos, por ejemplo, tiene toda su fachada de un vivo color azul. En el centro de este claustro hay tres cruces. Ante ellas las religiosas representan la Pasión de Cristo cada Viernes Santo. El Claustro Mayor es el más grande; cuenta con cinco confesionarios rodeados de pinturas destinadas a la preparación y enseñanza religiosas. Hubo una época en la que hasta trescientas mujeres llegaron a vivir en reclusión en este impresionante monasterio. En la actualidad, un reducido grupo de monjas sigue habitando una pequeña parte de la fortaleza.